lunes, 28 de julio de 2008

El batallón de los nacidos para perder...

El siguiente texto refleja a la perfección lo que fue este fin de semana. Está redactado por Nacida para perder, y me gustó tanto que publico integra y por primera vez una colaboración externa. Espero la disfruten. Lista la actualización con fotos, esas sí, tomadas por quien esto escribe. El McCoy, quien se va rápido para el taller.

El Batallón de los nacidos para perder...

Uno sale de México al alba de Dios, con la ilusión de la birria de los Chololos y las tortas ahogadas. Mantiene el buen humor por el camino viendo una laguna con ojos de mar.
Todo va muy bien hasta que al rompecabezas, literalmente le da por romper cabezas... todos aquellos fierros que lo tuvieron fuera de circulación durante semanas y cuya reparación no resultó precisamente económica decidieron volver a fallar, ahora sin remedio aparente.
Así, el interfecto nacido para perder deposita a su santo y canino progenitor en algún tipo de transporte hacia Guanatos y se vuelve a Chilangotitlán en arrastre lento (lento porque tuvo que ser por episodios para que la grúa, el seguro y el infalible servicio de Nextel llevaran la lata a buen resguardo).
Finalmente termina viendo por televisión una carrera que hubiera disfrutado en demasía, en la cual se coronó, bueno ganó para no echarle tanta crema a los tacos, su pilotín de estufa consentido (sí, ese al que alguien debería enseñarle a decir buenos días...)
Mientras la otra, la portadora del título por excelencia, se rostizaba las narices bajo el sol del autódromo tapatío. Como cada carrera sufre y se emociona por igual. Se desmañana y duerme poco, con tal de estar en el mayor tiempo posible en la pista (aunque sea dentro de su trailer, poniendo a buen resguardo a uno de los drivers más carismáticos y queridos de la serie).
Termina la acción dominical, se dirige puntualmente al aeropuerto, sintiéndose muy acá porque desde México imprimió su pase de abordar para no tener que andar a las carreras. Entra justo a tiempo, pasa la revisión de rigor, entra a las salas y no encuentra la correspondiente. Se acerca a un mostrador donde un tipito, muy quitado de la pena, le dice que su vuelo fue cancelado.
Monta en cólera, ¡cómo que cancelado y nadie dijo nada! Y ahora qué. Pues vaya al mostrador de Aeroméxico a ver que le dicen. Recorre el aeropuerto dando vueltas para llegar al mentado mostrador, con el pánico de no saber a qué hora sería capaz de llegar al hogar.
Para no hacer el cuento largo, la mentada aerolínea la trajo de un lugar a otro, a lista de espera, a un camioncito, a otra sala, a finalmente treparla a un avioncete de Aeroméxico Connect… la nueva y elegante forma de llamarle a Aerolatas, quiero decir Aerolitoral.
Arribó al hogar, con la maleta, el ánimo y el espíritu a rastras, casi a la misma hora que si lo hubiera hecho en coche, sólo que sin haber gozado de la grata compañía de quienes vuelven por tierra.

Como quien dice, un fin de semana para olvidar.

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