Hizo un par de fintas de boxeo y después lanzó una patada que él detuvo con el brazo izquierdo. No les quedó más remedio que reir. Así como ella se rio al verlo minutos antes, por vez primera, de traje y con corbata. “Eres un pingüino”. Después de la burla, fue tierna, le acomodó el cuello de la camisa, sacudió una pelusa de su hombro y apretó el nudo de su corbata. “Éxito”, le dijo antes de besarlo.
No necesitaba mayor instrucción. Como siempre, le hizo caso. Ya de noche, muy noche, recordó esos grandes ojos mirándolo fijamente. Viendo su rostro detenidamente, como si fuera el primer día, la primera tarde.
Sin embargo ya no era igual, no se reflejaba la misma inocencia, había madurez, deseos de que el nuevo camino elegido fuera el correcto, pero también certeza de que siempre, afortunadamente, se tendrían.
El McCoy, quien a petición de dos de sus cuatro lectores, regresa a los cuentos.
3 comentarios:
No ti'hagas McCoy... somos más de cuatro :P
No te hagas... No son cuentos... jeje. Besosos, ya mero, ya mero.
Que puedo decir... opino igual que adrianirris.. a quien esperamos para llevarla al café corazón, que quedó pendiente.
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