El timbre sonó y nadie quería abrir. Así que, gentil como siempre, dejó la lap de lado y se levantó para abrir. No preguntó quién era y jaló la puerta de un tirón, solamente para verla otra vez.
Ahi, de pie, sintió de nuevo sus uñas clavándose en la espalda, sus labios en el cuello y su voz susurrando al oído. Habían pasado cuatro años desde la primera vez y dos desde la última, sin embargo, se encontraron idénticos.
--¿Te ayudo con algo? –preguntó sin dar los buenos días.
--No gracias, vengo a trabajar.
--¿En qué?
--No sé si sea temporal o permanente, pero empezaré con el Proyecto A, ¿sabes de eso?
--Sí, lo está llevando mi jefa.
--Lo llevaremos las dos –agregó.
Mientras daba los primeros pasos dentro de la oficina lo abrazó, dejando atrás los malentendidos, olvidos y omisiones.
Entró directo a la oficina de la jefa, sacó su laptop y se puso a trabajar, no sin antes voltear para soltar una nueva sonrisa, una que él, no conocía.
El McCoy, quien también gusta de las sonrisas.
4 comentarios:
siempre de loco con las muchachas... jijiji... besucos mccoy!
cuento? verdad? jaja un abrazo
Ay, qué bonito! A mí también me gustan las sonrisas, sentir los nerviecitos, sudar frio, poner cara de idiota y hacer que no pasa nada, jejeje.
Me gustan los cuentos que te avientas... jajaja, muchacho cuentero... pero eres un amors... te extraño!!! saludos a ELMA y a la BLU!!!!!!
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