A Mathob
Hay estaba, con “cara de seria” y un fuego intenso en su interior. En ese instante no había nada que pudiera detenerla en alcanzar su sueño, en conquistar sus metas y conseguir, una vez más, un objetivo.
El rosa siempre le ha sentado bien, pero en esta ocasión se veía más hermosa que nunca. Cada palabra que hilaba daba un mayor sentido del que trataba de explicar. Así, cuando mostraba su inteligencia, es cuando más le gustaba.
Sin embargo ya hoy todo era diferente. Algo había pasado entre ellos, algo que no les permitía estar juntos, amarse como aquella noche en la cual Gérard Depardieu corría en medio del bosque cuando la lluvia trataba de devorarlo mientras trataba de cumplir una simple formalidad.
Expuso su punto, nadie pudo decir que estaba equivocada. Él solo la observaba con deseos de tenerla, de abrazarla, besarla y decirle que todo estaba bien, que todo estaría mejor. Ella lo sabía, sin embargo algo le impedía entregarse del todo, decirle: “tienes razón”.
Necesitaba algo... tiempo.
Pese a ello abrió sus brazos y le habló como nunca antes lo había hecho, con silencio.
Le abrazó como si no quisiera dejarlo ir, escuchó con atención cada una de sus palabras y solamente asentía. Cuando él le dijo “te amo”, su corazón se detuvo, tenía ganas de gritarle, “yo también”, y lo hizo, al abrir aún más esos negros ojos.
Salió del salón y se colocó de nuevo su tiara... la princesa dejó ir al ogro... sabía que en unos días estarían de nuevo juntos... amándose.
McCoy
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