A César Rodríguez Otaola, quien me explicó como llegar a Chiluca, en 1999.
Colocó el tee con fuerza pero con cuidado. Alineó sus pies, midió la distancia y golpeó la pelota con la mayor gracia y elegancia que hubiera visto jamás.
Lorena Ochoa me demostró que poseía el mayor talento que jamás vería en el deporte. Sus siguientes tiros fueron precisos, perfectos. La acompañé a lo largo de todo el torneo y nunca como antes había agradecido que ese fin de semana no hubiera carreras.
Ese fue el primero de los tres Campeonatos que ganaría en el Nacional de Aficionadas, en 1999. Sin embargo no es el que más recuerdo, ese fue el último, en 2002.
Luego de ganar en 2000, no pudo participar en 2001 por jugar un torneo por invitación en Estados Unidos, así que llegó al Club de Golf La Hacienda con ganas de demostrar que no tendría rival al frente.
Sus primeras declaraciones hablaban de modestia y sencillez: “Tengo la seguridad de ganar, pero hay otras jugadoras que pueden hacerlo, las del ranking nacional”, mencionó, pese a que su gran temporada colegial en Estados Unidos la marcaban como la única favorita.
Luego de disfrutar de su juego un par de ocasiones, sabía que tenía que deleitarme con ese swing que dejaba su cabeza acompañando todo el viaje de la bola en cada golpe, y así fue. El primer día (lunes) fue sublime: 68 golpes (cuatro birdies y 14 pares), siete delante de la campeona de 2001, Devan Andersen y de Sofia Sheridan.
Nada cambió el martes con una ventaja que se amplió a 11 golpes. El tercer día, miércoles 6 de marzo (inolvidable por ser el cumpleaños de mi padre), todo indicaba que el torneo no sólo sería para ella, sino que lo haría con el mejor desempeño que jugadora alguna hubiera tenido en la historia. Pese a un par de tripoteos, Lorena consiguió nivelar la balanza con sendos birdies para cerrar 11 golpes delante de Devan.
Parecía que la última jornada sería de mero trámite. Nada más alejado de la realidad. Ese jueves 7 Lorena me dejó ver algo que marcaría su carrera los siguientes ocho años… Su peor rival era ella misma, ella saliendo de líder el último día.
Inició con par y nadie sospechaba que los siguientes hoyos fueran bogey-bogey. Sacó pares en el 4 y 5, pero la presión de Devan comenzaba a notarse en el juego de la tapatía. El hoyo 6 del largo La Hacienda fue un doble bogey… y la ventaja de -4 acumulada a lo largo de las primeras rondas, se iba a la basura… Lorena no sabía cómo cerrar fuerte... y nunca aprendió.
El birdie del hoyo 7 fue sólo un reflejo del talento que fluye por las venas de Ochoa, porque el bogey en el 8 demostró que su mayor problema sería enfocarse en los momentos clave. El doble bogey en el 9 lo confirmaba. Fue ahí cuando se presentó el berrinche, ese enemigo que tienen los deportistas talentosos, ese rival que acompaña a los que Dios ha tocado, pero ha negado cualidades como el coraje y el corazón.
Los pucheros fueron apagados por ese impulsor que siempre ha tenido, su padre, y la calma vino de afuera para la segunda vuelta. Mientras tanto, Devan veía la caída de su paisana y recortaba la desventaja a cinco golpes, gracias a su birdie en el 9.
Ochoa arrancó con bogey y sólo el apoyo de afuera, de su familia, logró entrar a la cabeza de quien estaba destinada a ser la mejor golfista mexicana, para que ligara siete pares.
Lo que le permitió conquistar su tercera corona nacional no fue el juego de ese jueves, sino el tardío ataque de Devan, quien solamente se dio cuenta que podría quitarle el éxito a Lorena hasta los últimos nueve.
Andersen hizo bogey en el 10, pero se despachó pares del 12 al 14 para presionar a Ochoa con birdies en el 15 y 16. Lamentablemente para la entonces campeona defensora, sólo tuvo pares en 17 y 18, lo que le dejó a tres golpes de Lorena.
El llanto se presentó en la tricampeona, tal vez luego de que esa jornada fuera como un oráculo de los años por venir, como un antecedente que le mostraba que su némesis sería ese, dejar escapar la ventaja construida en los días previos. Aunque en ese momento su llanto fue de frustración por tener una pésima ronda, una que le negó la oportunidad de imponer un nuevo récord nacional.
Sin embargo dejó en claro --al menos para mí-- que los torneos en los que saliera como líder en el último día era mejor apostarle en contra. Y no fue mentira. Así le vimos perder el US Open, el Nabisco, los Majors. Lorena sólo sabía venir de atrás, cuando ella jugaba suelta, cuando no tenía presión.
Gracias a su talento se convirtió en la número uno del mundo, en esa que dominaba todas las categorías de la LPGA. Una tapatía al frente de Greens in regulation, en birdies, en eagles y en todo lo que estuviera en disputa… excepto majors.
Pero era una constante en los cincos primeros. Sin embargo Lorena jamás aprendió a tener esa garra que separa a los grandes de los dioses del deporte, ese coraje que hace que se sepa que la victoria, por muy imposible que se vea, está al alcance… el talento no fue suficiente y su juego fue a la baja.
Los factores externos no lograban alentarla más, al contrario, se convirtieron en distractores, y el éxito y estabilidad en la vida personal afectó al juego. Hoy, con sólo cuatro torneos jugados en la temporada de 2010 no se ubica en los 10 mejores en ninguna categoría. En birdies es 13, en rondas bajo par, 19; en eagles, 12; putts por green, 23 y tal vez la estadística más importante: greens in regulation, es 30. Mediocre.
Es por ello que la puerta del retiro luce tan seductora. La falta de triunfos se silencia con el deseo de dedicarse a su familia y la salida del deporte tiene el tiempo perfecto. Aunque en el fondo, muy en el fondo, sepamos que este adiós sólo se debe a una cosa, sus mediocres recientes resultados.
El retiro de Lorena será en el Tres Marías (del 28 de abril al 2 de mayo) defendiendo la corona conseguida en 2009, y después, a tratar de llevar una vida “normal”, una en la que intente olvidar que jamás pudo ganar el US Open, pese a salir como líder el último día.
Pero como Dios da segundas oportunidades, sus seguidores piden, desde ya, que le devuelva la pasión, que el sueño olímpico regrese al golf a su programa (tal como sucedió en los recordados Juegos de París) y con ello el deseo de ganar se apodere de la tapatía.
Por mi parte, sé que si eso pasa y la veo salir como líder al campo en la última ronda, no debo esperar el triunfo. Nunca lo he hecho, ella me mostró el porqué aquella tarde de marzo de 2002…
El McCoy, quien pese a todo, guarda la foto donde entrevista a Lorena en el Nacional de Aficionadas de 1999.
*Foto: El Porvenir.